En
primer lugar debemos tener en cuenta que por “fotografía post mortem” en
general se entiende toda aquella realizada tras el fallecimiento de un individuo,
por lo que es un término que engloba campos tan diversos como la toma de
imágenes forenses, el registro de disecciones o la documentación periodística,
en algunos casos. Sin embargo, el objeto de este texto no son esas disciplinas,
sino las imágenes post mortem tomadas como recordatorio familiar del fallecido,
es decir, fotografías encargadas por particulares para su utilización o
exhibición privada, en general, dentro del propio hogar.
La
fotografía de difuntos fue una práctica que nació poco después que la
fotografía (un 19 de agosto de 1839) en París, Francia, que luego se extiende
rápidamente hacia otros países. La práctica consistía en vestir el cadáver de
un difunto con sus ropas personales y participarlo de un último retrato grupal,
con sus compañeros, familiares, amigos, o retratarlo individualmente. La
fotografía mortuoria no era considerada morbosa, debido a la ideología social
de la época del Romanticismo. En dicho período se tenía una visión nostálgica
de los temas medievales y se concebía la muerte con un aire mucho más
sentimental, llegando algunos a verla como un privilegio.
El
hecho de fotografiar muertos tiene antecedentes prefotográficos en el
Renacimiento, donde la técnica era el retrato por medio de la pintura en el
llamado memento mori, frase que deriva del latín, "recuerda que eres
mortal" y era utilizado, en lo que a historia de arte se refiere, para la
representación de los difuntos; otra técnica de la época medieval donde se
concebía que el fin era inevitable y había que estar preparados. La composición
de retratos de muertos, especialmente de religiosos y niños se generalizó en
Europa desde el siglo XVI. Los retratos de religiosos muertos respondían a la
idea de que era una vanidad retratarse en vida, por eso una vez muertos, se
obtenía su imagen. En estos retratos se destacaba la belleza del difunto y se
conservaba para la posteridad. Los retratos de los niños en cambio eran una
forma de preservar la imagen de seres que se consideraban puros, llenos de
belleza y eran la prueba misma de que la familia del desafortunado niño, había
sido elegida para tener un "angelito" en el cielo.
Los
retratos mortuorios privados podían encuadrarse en tres posibles categorías
según la manera en que se retrataba al sujeto:
Simulando
vida: en un intento por simular la vida del difunto se los fotografiaba con los
ojos abiertos y posando como si se tratara de una fotografía común, por lo
general junto con sus familiares, es difícil notar cual es la persona sin vida
ya que al no tener movimiento alguno sale muy nítida en la imagen y no así sus
familiares, las tomas se solían retocar a mano usando coloretes o pintando los
ojos sobre los parpados cerrados.
Simulando
estar dormido: por lo general se realizaba con los niños, se les toma como si
estuvieran descansando, y en un dulce sueño del cual se supone que
despertarían. En algunos casos los padres los sostenían como acunándolos para
aportar naturalidad a la toma.
Sin
simular nada: se les fotografiaba en su lecho de muerte, en este tipo de tomas
se agregaban flores como elemento ornamental, que no existían en el resto de
las fotografías post mortem, comúnmente ese tipo de fotografías también se les
tomaban a los niños.
Así,
a mediados del siglo XIX encargar la realización de un daguerrotipo podía
suponer, sin mucho problema, invertir el sueldo de una semana. Posteriormente,
ya casi en el siglo XX, solicitar la realización de una foto más o menos tal y
como la conocemos ahora seguía resultando bastante caro, aunque el proceso era
sensiblemente menos prohibitivo que la toma de daguerrotipos. Si unimos a esto
las limitaciones técnicas propias de la época podremos comprender fácilmente
por qué resultaba habitual que la mayor parte de seres humanos jamás fueran
fotografiados a lo largo de toda su vida, reservándose este tipo de cosas para
los actos verdaderamente extraordinarios.
En
los primeros tiempos los cuerpos muertos usualmente se retrataban como si
estuvieran dormidos, lo que otorgaba a los mismos una imagen de naturalidad al
tiempo que se simbolizaba el “eterno descanso” del fallecido, pero también fue
muy común disponer los cadáveres de tal manera que simularan estar realizando
algún acto cotidiano, proceso que incluía, en muchos casos, abrir los ojos del
difunto utilizando utensilios diversos (en general, una cucharilla de café) y
resituar correctamente el ojo en la cuenca. De hecho, se solía dar completa
libertad a la persona encargada de tomar la imagen para vestir y disponer el
cuerpo como considerara apropiado. Muchos de los fotógrafos de aquel entonces
se convirtieron en auténticos expertos del maquillaje, llegando a obtenerse
resultados muy espectaculares en algunos casos y bastante patéticos en otros.
En general, las fotografías podían tomarse en picado o contrapicado, pero era
muy común disponer la máquina a la altura del rosto del fallecido. La cara se
enfatizaba en gran medida y en muchos casos se suprimía cualquier tipo de ornamentación,
lo que lleva a una confrontación directa y cruda con la persona muerta cuando
se observa el retrato. Posteriormente, se incluyeron algunos otros adornos,
como las flores. En general no se utilizaron los símbolos comunes reservados
tradicionalmente a la muerte dentro de las obras pictóricas, aunque también
hubo excepciones a esto último.
No
era tampoco en absoluto extraño que los padres aparecieran junto a los niños
muertos simulando acunarlos durante su sueño. Se intentaba, de esta manera,
aportar un toque más de naturalidad a las imágenes y, de paso, mostrar las
relaciones de las criaturas con sus progenitores. Resulta bastante llamativo
comprobar la aparente entereza de los adultos, que siempre se muestran
perfectamente tranquilos, incluso, en algunos casos, sonrientes. Hay que tener
en cuenta la gran mortandad infantil que existía en la época en la que se
tomaban estas fotografías. La gran mayoría de las familias tenía al menos ocho
o diez hijos de los cuales solían fallecer la mitad.
Los
finales de la fotografía post mortem (entendida ésta como un recurso familiar
para no olvidar a los fallecidos) llegaron a mediados del siglo XX, con la
popularización general de las cámaras fotográficas modernas, que permitieron
fotografiar a la gente en vida realizando actividades normales. Son fotos con
menos encanto, pero posiblemente más agradables para la gente. Sin embargo, el
género se sigue practicando aún en ciertas ocasiones cuando el personaje
fallecido resulta muy importante o famoso, ya sea para documentar algún medio
de prensa, ya sea como recuerdo de la celebración funeraria en sí misma.
Resulta
bastante curioso observar como la sociedad aceptó desde el primer momento y
continua aceptando perfectamente las tomas post mortem de las personalidades e
individuos influyentes, e incluso las ve como algo normal, y sin embargo la
fotografía post mortem tradicional, que tuvo en su momento la misma finalidad,
es considerada por muchos como una especialidad morbosa e insana.
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