El género suele empujar sin remedio hacia la frivolidad, el amarillismo o hacia una trascendencia impostada. En el caso del deporte, del fútbol en esta ocasión, todavía es más sangrante. Fosa séptica de los fanatismos más ridículos que uno pueda echarse a la cara, un sucedáneo de baja estofa de la ideología y la religión; lo cual lo dice todo. Ni siquiera el mito, una salida siempre oportuna y con recursos, soporta tanta zafiedad. Y que conste que a la tecla, en este instante, se encuentra un gran aficionado al fútbol.
Pero bien, si existió alguna vez un futbolista con el panorama suficiente para dar salida a un buen documental, ése es sin duda Diego Armando Maradona; puro exceso dentro y fuera del campo. A pesar de esa predisposición, este Maradona par Kusturica termina como otro de tantos intentos fracasados. Con un rodaje deshilachado en tiempo y lugares, tampoco encuentra en esta evidente improvisación excusa alguna para su falta de brillo y su irritante falta de estructura. Y no, este desbarajuste no es la manera de reflejar el conflicto vital del propio personaje, no es la extensión apropiada para dar una forma concordante. Es, simplemente, una deficiente labor cinematográfica ya lastrada por lo comentado más arriba.
Presentado en la primera secuencia del filme como el “Diego Armando Maradona del mundo del cine”, mientras puntea en su guitarra acordes de El bueno, el feo y el malo de Morricone junto a The no Smoking Band, Kusturica intentará vertebrar a trompicones el resto del metraje partiendo de esa relación nacida de la broma y del estímulo en pleno concierto de la banda en Buenos Aires. El director intenta ver en Maradona y en diferentes aspectos de su vida, de manera forzada, ecos de la suya propia; un parentesco establecido de entrada entre Fiorito y Gorica, por ejemplo. Con ello, Kusturica no demostrará más que el conocimiento que tiene de sus películas, de la historia de su país y de sí mismo, nada más. La ilustración en paralelo de pasajes de la vida de Maradona con escenas de sus películas, por curiosas y hasta oportunas no dejarán de ser anecdóticas. La autodestrucción en Gato negro, gato blanco, el trabajo del padre y la vuelta a casa en Papá está de viaje de negocios, los suburbios de Recuerdas a Dolly Bell, jugar al fútbol entre la niebla o de noche (La vida es un milagro), etc. Un juego determinista en el que muchos directores podrían hacer encajar sus escenas con las vidas de cualquier personaje, por diferente o lejano que éste fuera.
El clamoroso e incuestionable calado popular del personaje de nuevo es traicionado con una pachanga visual de celebraciones y cultos maradonianos. Como los de una ridícula iglesia con ceremonias de iniciación y matrimoniales incluidas, que enlazan campos de fútbol con clubes nocturnos de dudoso gusto mientras Kusturica divaga entre diferentes teorías de la psicología para intentar explicar cómo los instintos de la humanidad (el sexo, la conservación de la especie, etc.) terminan siendo superados por la vivencia del juego del “10″. Mientras, el enlace con la vida callejera y el tango como expresión estética popular queda olvidado apenas iniciada su exposición.
Dicho lo cual, tras darle toda la cera posible y merecida al pobre Kusturica, hay que detenerse en seis minutos de esta obra. En ellos demostrará que a pesar de esta chapuza parcial sigue siendo un gran cineasta. Seis minutos que posiblemente conformen el mejor número musical que se haya visto en el cine en las últimas décadas. Dice mi amigo Héctor que bien podrían estar sacados de una película de Wong Kar-Wai y no le falta razón. Ese tugurio (humo, colores, jaleo, decadencia) y esa sensación del extranjero que asiste a algo que le fascina pero que no atina ni a identificar ni tal vez a compartir, sólo a captarlo. WKW en Happy Together (y en Buenos Aires zero degree) y Emir Kusturica con este fugaz momento, parecen demostrar esa experiencia. Véase el vídeo (click en la imagen):
Canción que, como es lógico, estaba escrita en tercera persona. Pronombres y personas verbales pasarán aquí a la primera del singular de forma literal. Sabiendo y necesitándolo, Maradona cambiará todas y cada uno de las personas en su atropellada pero mágica versión de la canción. Es su naturaleza, y algunos tal vez piensen que si Diego engorda no es por problemas de salud, sino por una simple cuestión funcional: para poder dar cabida a su ego.
Inserto del divino brazo izquierdo, de su ex-mujer, de una de sus hijas, que más tarde se unen a la fiesta junto a su padre y hermana, y uno del todo llamativo del propio Kusturica asistiendo atónito a esa ceremonia nacida de la nada pero para la que ha tenido el olfato suficiente para captarla y quien sabe si para ayudar a su puesta en marcha. El resultado es un happening en toda regla, una performance digna del Cassavetes de Husbands. El material de archivo, diversas home movies y noticieros, elegido con tacto y perfecta adecuación rítmica y temática (impagable esa escena viendo Rocky 3 con sus hijas) completan seis minutos que valen por todo un filme. De hecho, nadie echaría de menos la restante hora y veinte minutos, todo lo que había que contar está en este descomunal trozo de cine musical y documental (auto)biográfico. Esto se reafirmará en la búsqueda fallida de una fórmula similar como conclusión del documental: primero, Manu Chao cantándole en plena la calle, y segundo, Maradona apareciendo durante los créditos finales en un concierto de la banda de Kusturica.
http://www.kinodelirio.com/tecnicamente-suave/maradona-por-kusturica/
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